Por Celia Medina – Facultad de Filosofía y Letras UNT
La muerte de Mario Bunge significa para muchos de los que nos dedicamos a la filosofía de la ciencia, la muerte de uno de nuestros maestros. Como discípulos hemos encontrado la forma de independizarnos y distanciarnos de sus enseñanzas sin por ello dejarle de reconocer la enorme influencia que tuvo en nosotros. Fue uno de los autores que más contribuyó en la formación de los epistemólogos y filósofos de la ciencia de nuestro país, desde sus libros ya clásicos La ciencia, su método y su filosofía, y La investigación científica: su estrategia y su filosofía, —al que nos referimos como “el libro gordo”, no sólo por su tamaño sino por ser una referencia obligada—; hasta su Filosofía de la física, y el tratado sobre la causalidad, sus obras fueron guías para introducirnos en la discusión del tema en cuestión.
Autodefinido como racionalista, realista y materialista, se enfrentó a las corrientes que estaban en boga en Argentina, como la fenomenología, el vitalismo, el existencialismo heideggeriano, por considerarlas irracionales u oscurantistas. Bunge, acertadamente, pensaba que la filosofía no puede decir nada serio o significativo sin estar al día con los avances científicos, sin prestar atención a lo que los científicos hacen y al modo en que lo hacen. Hablar del mundo sin saber qué dice la ciencia sobre él es cuando menos, según Bunge, mera “charlatanería”.
Aquí en Tucumán, la obra de Bunge y su mensaje racionalista fueron el paso obligado de grupos como los creados por Leonor Cudmani (en enseñanza y filosofía de la ciencia) en la facultad de Ciencias Exactas y por el Instituto de Epistemología de la Facultad de Filosofía y Letras, a los que luego se sumaron docentes e investigadores de la Facultad de Ciencias Naturales e IML creando su propio grupo de trabajo en filosofía de la ciencia.
Aunque no puede decirse que fuera popperiano o positivista, podemos decir que Bunge es parte de lo que hoy se llama concepción heredada de la ciencia. Principalmente por su visión optimista respecto de la racionalidad humana y los aportes del conocimiento científico.
Curiosamente, la obra que él consideró más importante, de ocho volúmenes, el Tratado de Filosofía es quizá la menos leída, y esta es otra deuda que tenemos con él.